viernes, 23 de mayo de 2008

El Amigo Francés

A pesar de ser bien machos nunca hemos tenido objeción alguna en pasar un rato a solas con las luces apagadas. No se si te has dado cuenta, pero en los momentos en que lo hemos hecho si yo no te busco, tú simplemente apareces ahí.

Debo confesar que me gusta estar contigo. Es decir, no es que sea banda izquierda, Dios me libre, sino que es ese encanto que tienen ustedes los franceses. Tienen un encanto muy peculiar al que debo decir que no soy estoico. Es tan tal que a veces he llegado a quererte, como un amigo quiero decir, a pesar de lo hijo de la gran puta que puedes ser a ratos. Créeme que es así, he llegado al extremo de pensar en desaparecerte de mi vida. En fin, la cosa se me pasa cuando me acuerdo que en verdad eres mi único amigo, algo así como un confidente.

Hay que reconocer que eres alguien muy especial. Digo, los franceses son gente blanca y buenamoza y tú, a pesar de ser blanco, eres tan mal tramado. Y aún siendo tan raro físicamente, eres tan popular. ¿Será por tu habilidad de hablar con todos y de todo? Porque no se si sabías, y lo digo por experiencia propia, pero puedes llegar a ser alguien muy, muy influyente a veces. Hay mucha gente que te detesta, eso está claro, es decir, no eres un billete de dos mil pesos o quinientos euros para gustarle a todo el mundo.

Personalmente lo que más me gusta de ti es que a veces puedes ser tan brusco y directo que puedes ser muy amargo. Pero debe ser algo normal en ti, ser fuerte, porque cuando conoces a tantas personas, y cuando estás a solas con tanta gente como estás hoy conmigo, uno debe volverse frío. De hecho, se que no me has parado de hablar porque no había hablado contigo de ésta manera. Te estoy cogiendo cariño, y eso me asusta. No porque dude de mi hombría porque me considero hombre, hombre, sino porque sé que te deberás ir en cualquier momento, ustedes los franceses realmente nunca han dejado de ser nómadas. Me asusto porque no quisiera, en verdad, que te quedaras en mi casa. La casa es pequeña, además con ese encanto y tu capacidad de atraer tanta gente es posible que convirtamos la casita en un hotel; peor aún que nos quedemos solos muy a menudo en las penumbras y que por culpa de tu encanto tan irresistible me vuelva dependiente de ti. Además, vivir contigo debe ser bien aburrido porque seguido enciendes la chispa del diálogo te callas y siento que estoy hablando solo. ¡Dite algo hombre!

Aunque pensándolo bien me conviene que te quedes porque total, ya que vivo solo, necesito alguien que me haga compañía, cualquier forma de compañía. Y aunque seas como la gatica de María Ramos que tira la piedra y esconde la mano, tarde que temprano vas a hablar en demasía, vas a abrir la boca. O en su defecto la cerraremos ambos, y apagaremos las luces para tendernos boca arriba donde sea, y ponernos a ver elefantes color rosado escondidos en el techo. Quizás podríamos conciliar el sueño y remontarnos a los lugares de nuestras nostalgias. Yo regresaría a Santo Domingo. La bulla me hace falta por increíble que parezca, y ya casi necesito esa desorganización tan pintoresca. Me imagino que tú te remontarías a... ¿Cómo fue que me dijiste que se llamaba tu ciudad natal? ¡Ahh! Sí, sí, sí no me digas que ya me acuerdo: "Coñac." Pues bien, como te seguía diciendo...

Lugosky,
Nueva York, Viernes 23 de Mayo, 2008